El Rey Chatarrero 2 by Valen Bailon y Raúl Gimeno

El Rey Chatarrero 2 by Valen Bailon y Raúl Gimeno

autor:Valen Bailon y Raúl Gimeno [Bailon, Valen]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Biografía, Boxeo
editor: Vorpal Editorial
publicado: 2017-11-18T00:00:00+00:00


6. TXOTXO ELÉCTRICO

Una semana antes de viajar a Bilbao para la disputa del campeonato de España, hicimos la presentación del primer libro en mi chatarrería. Vino mucha gente con sus mascotas y me sentí muy arropado por todos los chatarreros y chatarreras que se acercaron. Pero no fui yo el protagonista de la tarde sino Txotxo Eléctrico, el miembro más especial de mi familia. Mucha gente me había preguntado a través de las redes sociales si llevaría a Txotxo Eléctrico, el cordero que rescaté en Titaguas y que, desde entonces, vivía en mi casa como un cachorro más. Anuncié en un vídeo que llevaría ese día a mi perro Buñuelo y a mi Txotxo Eléctrico, que acabó siendo la sensación. La cabrona se sabía ganar a todos, era súper cariñosa con los humanos y juguetona con los demás bichos. ¡Cuánto te echo de menos, pequeña!

El equipo de A cara de perro se desplazó a Titaguas, en la Comunidad Valenciana, para comprobar la información que nos había llegado. Allí nos encontramos con 'la granja de los horrores'. Se trataba de una explotación ganadera con cadáveres de ovejas amontonados en un cubo, corderos famélicos y enfermos junto al cuerpo sin vida de su madre. Muy bestia. Olía a muerte por todas partes. ¡Vimos hasta buitres sobrevolando! El tema es que los ganaderos reciben subvenciones por animal —treinta euros por cabeza— y a partir de ahí nadie se preocupa por el estado de esos animales. ¿Qué pasó? Pues que cerraron el grifo de las subvenciones y ya no salía a cuenta tener tantas bocas que alimentar. Para cobrar, sí. Para alimentar, ahí ya no. Una puta vergüenza. ¿Es que estas personas no tienen un mínimo de empatía? ¿Es que son inmunes al sufrimiento ajeno? Un ganadero había pasado de tener 3600 ovejas a 1500 aproximadamente. Era una barbaridad que la Administración permitiera el holocausto que se estaba cometiendo en Titaguas. El ganadero contaba con la complicidad de un sinvergüenza que hacía acto de presencia en calidad de veterinario —hasta ese día yo pensaba que todos los veterinarios amaban a los animales, pero comprobé que hay excepciones— y al poco rato se iba, ignorando el desastre que estaba ocurriendo delante de sus putos ojos. Incluso vimos un cuerpo en descomposición muy cerca del agua, lo que significaba un foco de infección que podía traer graves consecuencias para la salud. Pero allí las autoridades competentes lo permitían y, según mi modo de verlo, eran cómplices por omisión de sus deberes. En otras palabras: por dejadez, por cobardía o porque eran unos sinvergüenzas, pero también eran responsables de lo que sucedía. Cuando tuve al ganadero delante me dieron ganas de romperle la jeta, pero me contuve. No podemos tomarnos la justicia por nuestra mano. Le dije cuatro cosas en la cara y rescaté a uno de los corderos que estaban condenados a morir allí. Me lo llevé bajo el brazo, protegiendo su débil cuerpecito, y lo metí en la “perro-furgo”. Después fuimos a una clínica veterinaria de la zona, nos preocupaba su salud.



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